En el capítulo veinte del libro de Jeremías, encontramos al profeta en extremo desanimado. Aunque tenía un llamado auténtico y un ministerio eficaz, se sentía abrumado por las circunstancias, al grado de considerar dejar de profetizar en nombre de Dios.
¿Qué provocó tal desánimo? Antes de continuar, leamos un par de versículos: “Porque oí la murmuración de muchos, temor de todas partes: Denunciad, denunciémosle. Todos mis amigos miraban si claudicaría. Quizá se engañará, decían, y prevaleceremos contra él, y tomaremos de él nuestra venganza. Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán; tendrán perpetua confusión que jamás será olvidada” Jeremías 20:10,11).
Llevar el mensaje de juicio divino al insensible pueblo de Judá resultó en ocasional agotamiento para Jeremías. No debe ser extraño pues que en algún momento nos sintamos cargados o perturbados por ciertos ambientes, pero debemos saber de dónde viene ese agotamiento, y cómo enfrentarlo.
El maltrato, la burla y los insultos penetraron los oídos y emociones de Jeremías. Con sarcasmo algunos lo apodaban Sr. Temor por todas partes. Amenazaban con denunciarlo aún mostraron hostilidad al grado de golpearlo.
Está claro que prestar oídos a los murmuradores nos hace daño. Un murmurador es una persona que no tiene la buena disciplina de traer sus críticas y recomendaciones de forma directa, sino que entre dientes y a espaldas susurra sus acusaciones. La actitud de los murmuradores evidencia su condición espiritual y mala intención. Conversar en perjuicio de un ausente censurando sus acciones es cobardía
MI PRIMER CONSEJO:
No regale su oído a un murmurador.
La lucha que experimentaba Jeremías la vivimos todos ocasionalmente. De un lado, sentía que el ánimo lo abandonaba en la batalla, pero, por otro lado, ardía en su corazón el fuego que produce conocer hacia dónde nos guía la voluntad de Dios. Finalmente vemos de dónde obtuvo las fuerzas para avanzar. Sin negar lo duro de las circunstancias, Jeremías confesó una poderosa verdad que hizo palidecer todo el ataque del diablo, “mas Jehová está conmigo como poderoso gigante”.
David vio a Jehová más grande que Goliat e ignoró los insultos del gigantito, lo que dio lugar a la histórica victoria. Bartimeo encontró, en la cercanía de Jesús, la fuerza para ignorar a los que lo reprendían para que callase, y obtuvo el milagro deseado. Apliquemos la fórmula a nuestras vidas. El respaldo divino supera todo ataque, problema o crítica que nos llegue por obedecer con fidelidad la voluntad de Dios.
Todo creyente puede superar el desánimo. Sus enemigos no cuentan con el respaldo divino, por lo tanto, fracasarán en su intento, caerán, y su deshonra será pública. Ánimo, hijo de Dios, porque el guerrero que le respalda a usted nunca pierde una batalla.
MI SEGUNDO CONSEJO: No olvide al Gigante.